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Placebo en niños

25 de enero de 2012

Los americanos venden pastillas placebo para niños.

Al parecer, en determinados casos son incluso más eficaces que en adultos.

Para suavizar la idea de dar medicamentos “sin medicamento”, los comercializan como suplementos dietéticos; son píldoras o jarabes que mimetizan, al menos a nivel organoléptico, a los preparados farmacológicos estándar, para convencer-engañar a los niños y que crean que están tomando algo.

De esta forma, su cerebro se hace cargo (recordad, condicionamiento y expectativas, la base del placebo; en este caso incluso los transmitidos por los padres), y el niño acaba sintiéndose mejor.

Los frentes más “eticos” y algunos expertos critican la idea.

Otros apoyan la medida, y defienden que sería incluso más útil si los padres, como administradores del producto, no conociesen la naturaleza inocua del “medicamento”.

El uso indiscriminado del placebo se presenta, y eso es ya una opinión personal, como una opción arriesgada.

Por un lado, adoptar estas medidas en situaciones clínicas fuera del control necesario, puede hacer que despreciemos la naturaleza del problema del niño. Puede hacernos pensar que esta pastilla “sin efectos secundarios” va a desencadenar siempre una respuesta sanadora, abandonando el uso de otros medicamentos necesarios, como pueda ser un antibiótico en un proceso de neumonía.

Por otro lado, algunos profesionales han mostrado su preocupación por el hecho de que dar a los niños “medicina” para cada dolor pueda fomentar la enseñanza de que toda enfermedad tiene cura en una pastilla. Los niños pueden crecer pensando que la única manera de conseguir mejoría es tomar una píldora. Si lo hacen, no aprenderán que una queja de menor importancia como un raspón en la rodilla o un resfriado puede mejorar por sí solo.

La función de la educación, de nuevo desde mi punto de vista, vuelve a resultar primordial en estos casos; buscar un equilibrio entre la información veraz acerca de la responsabilidad cerebral del dolor, y el aprovechamiento de estos circuitos neuronales moduladores mediante el ardid del placebo, resulta una tarea complicada, pero potencialmente provechosa.

Pese a la multitud de estudios relacionados con la eficacia del placebo en niños, y en lo respectivo al tema del dolor que nos ocupa, me temo que un aura de subjetividad sigue primando en la toma de decisiones clínicas.

¿qué opináis al respecto del placebo para abordar el dolor infantil?